viernes, 11 de mayo de 2012

Donde dije digo, digo diego...


Si hay algo que deteste en una persona es la innata facilidad que tienen algunos para desdecirse en aquello que han afirmado y dejar entrecaer que lo que uno ha escuchado es muy diferente de lo que debería de haber interpretado. Lo odio, sin duda. Y por desgracia, en mi profesión pasa muy a menudo. Políticos, artistas, personas de la calle que primero te cuentan una cosa y cuando la ven al día siguiente publicada en el periódico se desdicen y montan en cólera porque lo que han leído no se ajusta a la realidad. Y sucede en la inmensa mayoría de veces porque no hay de por medio una grabadora de voz o un teléfono móvil que capture todas esas palabras que luego se volatilizan en el imaginario de estos 'desdichores' profesionales.
Lo peor de todo es que incluso intentan minar tu moral y herir, o intentarlo, tu sensibilidad y profesionalidad. Por suerte, conmigo no pueden. La experiencia es un grado, dicen. Y tras varios y desgraciados encontronazos de este tipo, la fórmula para actuar pasa siempre por hacerlo con frialdad, dureza, contundencia y seguridad, mucha seguridad.
Así es la vida de un periodista de andar por casa. Y ojo, no me desdigo de nada de lo que apunto en estas líneas. Por eso siempre puedo levantarme y acostarme con la conciencia tranquila. Cuestión de personalidad y sensatez.