
La naturaleza es tan sabia que siempre da y quita con tanta equidad que a veces es difícil de entender esa elástica perfección, tan inalcanzable para los mortales, aquellos que aún nos seguimos conformando con andar recto y no trastabillarnos para caer al suelo. Es por esta razón por la que debo incidir en que tras romperme la crisma más de una, dos y tres veces, he conseguido encontrar el camino. Mi estado pusilánime ha dado paso a la locura con cordura. Y toda la culpa la tiene una morena que ha conquistado hasta el último rincón recóndito de mi ser. Se ha colado de manera sibilina y ya es imposible negar lo evidente. Me ha vuelto a pasar. Esta vez como nunca antes, quizás, como jámas había sucedido. Por eso camino ya a su lado sin despegarme un ápice y en pocos meses podré llevar a la práctica en mi jerga cotidiana esa palabra otrora espinosa y ahora tan gratificante a los oídos denominada: matrimonio.
Difícil de entender y a la vez tan fácil de asimilar que escapa a todo ápice de raciocinio. Un pulso más a la vida, esta vez, sin dudas. Su mirada las disipa todas de un plumazo. Es imposible darles cabida cuando cuerpo y alma han decidido por mayoría absoluta seguir esa senda. No hay curvas ni atajos, si no un camino despejado en el que esta vez no pienso romperme la crisma. Y más aún tras destrozar a martillazos un caparazón forjado de una aleación casi titánica y descubrir todas las cartas aún a sabiendas de que la escalera de color era casi una utopía.
También supone una despedida a una etapa de claroscuros, de titubeos y pedazos de un cascarón aferrado con loctite. Un portazo a una habitación en la que ya no había luz y que requería su cierre fulminante. Tapiada ya, sólo queda su recuerdo.
Locura con cordura, con olor a almendros en flor, a cabellos arremolinados por el frío viento de la sierra, de brindis con champán y amaneceres apasionados, con miradas cómplices y deseos comunes, con chispazos de adrenalina y Sabina y Erentxun.
Comienza la cuenta atrás...