martes, 27 de agosto de 2013

Duncan Dhu gana su particular duelo musical al tiempo, a las modas, a las canas y a las arrugas tras doce años de silencio



Lo malo de los reencuentros es que se suelen disfrutar con tanto ímpetu que se corre el riesgo siempre (o casi siempre) de que surja el resquemor y la insatisfacción tras las altas expectativas depositadas en tan magnánime momento. Eso sucede al escuchar El duelo, el nuevo trabajo discográfico de Duncan Dhu que irrumpe tras 12 años de silencio. Demasiado tiempo, pensarán muchos. Un lapsus para reencontrarse, dirán otros. Sea como fuere, las voces de Mikel Erentxun y Diego Vasallo vuelven a fusionarse para dar vida a uno de los discos nacionales, sin duda, de este 2013. Son ellos, pero más adultos, más oscuros, más transgresores. Sus letras evidencian su experiencia vital, el recorrido cultural y social desde que comenzaran casi adolescentes en esto de la música allá por la década de los 80. Y hablamos de insatisfacción porque su nuevo niño mimado cuenta con tan solo seis temas, un Mini LP, que a priori puede parecer escaso, pero que esconde sorpresas, pequeñas perlas musicales que rozan la excelencia. Como dice el refrán, las grandes esencias se guardan en frascos pequeños. Y El duelo es un ejemplo de ello. Para los fans de Duncan Dhu no habrá ninguna duda: están de vuelta. Y lo hacen con sus sonidos primigenios, con el roccabilly, el folk, la armónica, la mandolina y ese ritmo endiablado y tan característico que sólo ellos saben conferirle a sus producciones.
Y como suele ser habitual en la extensa obra discográfica de los donostiarras, el 75% de los temas cuentan con la voz principal de Erentxun, que a su vez, también participa de forma activa en los dos que interpreta Vasallo. Hay formalismos que nunca deben de cambiar.
El disco arranca con el single de presentación, Cuando llegue el fin. Es quizás el tema más comercial, el que busca abrirse hueco entre las nuevas generaciones que se quedaron con Cien gaviotas o Una calle de París. Contundente, pegadizo y con un estribillo facilón pero directo, ingredientes perfectos para introducirnos en El duelo y comenzar a desgranar todos esos sonidos y acordes que envuelven los trabajos de Duncan Dhu. Un tema acelerado, con la duración perfecta para ser radiado hasta la saciedad, y que sintetiza cómo es un corte musical cargado de simbolismo en la voz incombustible de Erentxun, que no flirtea en ningún momento con sus tonos. No hay mejor comienzo.
Y tras el huracán llega la calma. La segunda pista, No dejaría (de quererte), ahonda en el lado más melancólico y melodioso de Duncan Dhu. Los silencios vocales cargados de violines dan paso a Erentxun, esta vez más dramático y comprometido. Sentimientos de amor esbozados con delicadeza y matices. Un tema perfecto para escucharlo con los ojos cerrados y poder así vislumbrar todo lo que ofrece (y lo que esconde). Un sorbo del mejor champán francés.
El duelo, el tema que da título al Mini-LP, irrumpe con fuerza en tercer lugar. Con voz bronca y chulesca, Mikel encara al tiempo en un particular duelo. La música avanza con ritmo acelerado para dar paso a la voz en off de Diego en el estribillo, en perfecta sintonía con Erentxun. Es quizás el tema más cercano a los registros de voz que Mikel ha ido experimentando en sus últimas producciones en solitario (Detalle del miedo y, sobre todo, 24 golpes) pero con unos acordes musicales duncandhunianos, pegadizos, que te invitan (u obligan) a zarandear de forma rítmica todo el cuerpo. En la mezcla está la pureza, en lo puro no hay futuro, como diría Pau Donés (Jarabe de Palo). Y para darle ese toque DD, varios shala lala lá tan de Erentxun. No pidas más.
Llega el turno de Diego, hasta ahora relegado a un segundo plano. Con Llora guitarrauna cancion menorquina del compositor Ortega Monasterio (titulo original Plora guitarra), Vasallo se pavonea con su voz ronca y de ultratumba a la gaviota pendenciera y a la quietud de la mar con un ritmo acelerado, alocado, cerca del folk, el blues y hasta el tango. Una simbiosis en la que Erentxun y, sobre todo, la estresante percusión no dejan tiempo para la relajación. Un registro en el que Diego siempre se ha movido siempre entre bambalinas. No pierdas un instante, disfrútala.
Un registro que nuevamente hace acto de aparición en Los días buenos. Similar ritmo pero con más y profusos matices, sonido más maduro, más penetrante y macerado. La mandolina, muy presente hasta ahora en todo el disco, aprovecha su momento de gloria para acompañar a Diego, inagotable, la perfecta compañera para las letras más elaboradas de todo el Mini-LP, sello inconfundible de los trabajos en solitario de Vasallo. Sin duda, una oda al optimismo de manos de un poeta urbano gastado y forjado en la calles de Donosti. Una delicatessen para oídos exquisitos. 
Y para el final, el tema que mejor inspira y ejemplifica cuáles son los valores identificativos de la música de Duncan Dhu: La última canción. Acordes de guitarra para acompañar a Erentxun. Percusión y más percusión se van uniendo poco a poco a la fiesta. Y pasado un minuto, el Mundo se paraliza cuando arranca el estribillo al que se apuntan de manera apabullante la mandolina y Vasallo a lo lejos. Todo es perfecto, suena Duncan Dhu. Son ellos. Y para cuando te has dado cuenta, sus voces se despiden para dar paso a una pieza musical cargada de electricidad en la que la armónica, otro elemento identificativo de DD finiquita doce años de silencio. Un guiño a uno de los grandes temas de Erentxun en solitario, Sparring, en el que la música lo transmite todo. No hay mejor final.

Tras 27 minutos de música, de ilusiones, de reencuentros, de emociones, de experiencia, y sobre todo, de Duncan Dhu, da la sensación de que el particular duelo de este grupo con el tiempo ha terminado desequilibrándose a su favor. Ni las modas, ni los estereotipos, ni las canas y arrugas que ya afloran en Mikel y Diego han conseguido doblegarles. Su legado está intacto. Han vuelto para recordarnos que la música primero se siente y luego se crea y se transmite. En eso son maestros. Duncan Dhu ha superado las expectativas. ¿Habrá más? El tiempo y su sempiterna complicidad en los escenarios lo dirán.

Nos vemos en Madrid.

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