Llevaba tiempo sin pasar por aquí. Parte de la culpa de esta longeva ausencia la tiene Facebook. La otra es que cada vez tengo menos ganas de contar cosas y más ganas de vivirlas intensamente. Y en ello me encuentro. A 1160 kilómetros de mi casa. Concretamente en Asturias. Un viaje, un reencuentro familiar, una historia que se ha quedado grabada en mi mente y que está despertando mi lado más ingenioso y pícaro. Estamos en Tapia de Casariego, un pueblo costero de poco más de 2000 habitantes. Simplemente precioso. Valles verdes y muchas flores. Mi madre está encantada, Maluma junto a sus dos hermanos: Saleh y Salek, éste último, un desconocido para ella ya que se marchó del Sahara cuando ella tenía dos años y llevaban sin verse siete. La experiencia está siendo muy satisfactoria. Gastronomía, historia, cultura, estampas se están entremezclando para ofrecerme una vivencia única. De esas que van a quedar aferradas de forma imperecedera en mi mente.
Por otra parte, este viaje de siete días está siendo un perfecto bálsamo curativo. Aires nuevos y frescos para afrontar este devenir. Mientras tanto me sigo tapando, que aquí arriba hace mucho frío. Tiempo de kit-kat para el abanico.
Y mientras, Patán a lo suyo. Superando el miedo a las alturas en el puerto pesquero de Tapia. Él es así. Como su amo. Diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario