jueves, 6 de febrero de 2014

Francisco Hernández Latorre, un hombre mayúsculo


Murió como vivió. Sin hacer ruido, sin molestar a nadie. En Aguadulce, su localidad de adopción, le conocían como Paco El Gordo. Nació y se crió en Alcudia de Guadix (Granada). Era un tipo especial y con un gran corazón. Y no es un tópico, tenía un corazón más grande de lo normal. Paradojas de la vida, ese mismo motor, que durante casi 70 años bombeó con fuerza, fue el que terminó claudicando ante la vida y arrebatándole su sueño de disfrutar de sus cuatro nietos este verano en la playa. Lola, Sofía, Guillermo y Celia ya le echan de menos. Sus cuatro hijos, Marvi, Esther, Paco y Alfonso aún más.
Su viuda, Toñi, aún no cree que un hombre tan bueno y querido por tanta gente haya desaparecido de la faz de la tierra. Un elemento que él moldeó como nadie. Ingeniero de Minas de las primeras promociones de la Facultad de Madrid, suyas son una gran cantidad de carreteras que hoy muchos almerienses recorren a diario, como la que conecta Almería con Aguadulce, conocida como El Cañarete. Una responsabilidad que también llevó a su vida personal donde consiguió una familia ejemplar en todos los sentidos y que hoy llora su pérdida desde el más profundo sentimiento de amor y admiración hacia un padre que supo con templanza y tesón crear un nido del que han surgido grandes profesionales en el sector agrícola, educativo y empresarial. Era fácil teniendo como ejemplo a Francisco Hernández Latorre. 

Me contaba en las largas tardes que compartíamos en verano que él no quería estudiar pero que su madre le amarraba con una cuerda a la ventana para que lo hiciera y de paso olvidara ese deseo de trabajar con su padre repartiendo pescado con una pequeña camioneta por las calles de Almería. Y lo consiguió. También supo formar la conexión perfecta con la mujer que ha vivido por y para él y que demuestra que el amor es un sentimiento irrenunciable y que perdura irreductible en el tiempo pese a que hayan pasado ya más de 40 años. 

Solo tuve la ocasión de conocerlo algo más de tres años. Los que llevo enamorado y felizmente casado con su hija Marvi, su ojito derecho, su conexión ahora en la tierra. Me acogió como un hijo más y siempre me dio todo tipo de consejos. Me animó a luchar por formar una familia, por pelear por nuestros sueños de pareja. Y lo conseguimos. Era un líder y también un buen segundo padre para mí. Nunca me faltaron los chorizos en la hoguera y las migas. Sabía lo que me gustaba y no dudaba en hacerme feliz, en tratarme como un hijo. 

Hace cinco días que se despidió para siempre y jamás imaginé que lo echaría tanto de menos. Tengo el consuelo que en nuestros corazones seguirás latiendo por siempre. Allá donde estés, Paco, estate tranquilo. Cumpliré mi promesa. Seré siempre el mejor y fiel escudero de tu hija. Te lo debo, amigo.

Obituario publicado en Diario de Almería: Enlace

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