jueves, 13 de enero de 2011

Que no hay nada más

La tarde se escapa fugaz en el casco histórico. Los besos apasionados dan paso a las miradas cómplices, y seguidamente, como por arte de magia, todo se transforma creando ese clima tan especial, tan único, tan indescriptible, y en el que sobran las palabras. Ellos son los protagonistas. Lo llevan deseando todo el día. Ya no hay nada que los pare. Han empezado a darle rienda suelta a sus sueños, a sus deseos, a sus anhelos, a sus sentimientos, muchos de ellos escondidos, criogenizados, perdidos en un mar revoltoso y otros tantos, vírgenes, nuevos, refrescantes, asombrosos, misteriosos. Es como un río que brota de la nada y que conforma una fina línea indestructible, que atraviesa montes y desiertos, que no encuentra nunca una oposición que lo frene. El tiempo pasa rápido, demasiado, como siempre que están juntos, ellos son así. Luego llega la calma. Entonces, ambos expanden y juntan los dedos de sus dos manos simbolizando el diez y tararean la canción favorita del goleador: Que no hay nada más, que no hay nada más, mientras nuestros labios se quieran besar...

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