viernes, 18 de octubre de 2013

De eso que los hombres no suelen confesar


Tiene la mirada más dulce que jamás he sentido clavada en mi piel. Tiene la capacidad de desnudar el cuerpo sin rozarte. De hacerte sentir palpitaciones en pocos segundos. De tocar el cielo sin necesidad de levantar un pie del suelo. De levitar hasta conseguir el estado de ingravidez simplemente dejándote llevar por sus ojos. Dos luceros cargados de simbolismo, de empatía, de equidistancia. Dos iconos que te guían a la luz y que te pertrechan de ilusiones. Son la savia necesaria para amanecer cada mañana con ganas de comerse el mundo, de no dejar de sonreír, de sentir la necesidad de disfrutar esas horas alejado de su agradable vigilancia para recargarte de energías cuando te vuelvan a marcar. Sin ellos la vida ya no tiene sentido porque son ellos, y solo ellos, los que consiguen darte una razón para seguir adelante. Por eso soy afortunado de estar a su lado, tranquilo, pausado, embriagado, sosegado, incluso exultante y rabioso de felicidad. Cargado de adrenalina, de pólvora para explosionar en los momentos en los que nuestras miradas dan paso a nuestros sentimientos más íntimos. La vida es maravillosa y yo no puedo quejarme, jamás. No necesito más, de veras.

Te amo

No hay comentarios:

Publicar un comentario