domingo, 1 de diciembre de 2013

De mi padre

Se llama como yo. Bueno, más bien yo como él. Apellidos inclusive. Es mi padre y hoy cumple casi seis décadas dando guerra en este mundo. Si algo he aprendido de este alhameño de pura raza es que con trabajo, trabajo y más trabajo se consiguen las cosas. Una máxima que me he aplicado siempre con férrea dureza en mi mente y que por el momento, traspiés mediante, no me ha funcionado del todo mal. Ya se sabe que los consejos de un padre rara vez suelen errar.
Puede que sea muy gruñón, cabezota, malhumorado e incluso orgulloso, pero en las distancias cortas es el mejor, porque es cuando deja vislumbrar su honestidad, su humildad y su cariño. Hoy lo ha vuelto a demostrar. Y eso me enorgullece. Por más que pase el tiempo y que las canas invadan su ya casi despoblada cabeza, sigue firme en sus convicciones. Un ejemplo que deberían aplicarse los políticos de pacotilla que nos gobiernan.
No pide mucho y trabaja por tres. Se conforma con nada y te ofrece todo. Siempre lejos, recorriendo Europa a bordo de un camión con su inseparable sonrisa, ya acompañada de arrugas pero que no consiguen desdibujarla. Devora kilómetros mientras fantasea en su mente el día en que vuelve a casa y abraza con fuerza a su nuevo motor vital, su Lola. Por eso hoy ha disfrutado de ella como el que más y ha recordado los días en que su padre lo hacía conmigo en el mismo escenario, rodeados de naranjos y flanqueados por el río Andarax. Ese es el mayor regalo que se ha llevado hoy el abuelo. No será el único porque tendrá muchos más días al calor de la chimenea, en su cortijo, con su nieta, con su familia, con su gente. No hay mejor sitio. Prometido.

Felicidades Papá

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