viernes, 10 de septiembre de 2010

La historia interminable

Las personas desaparecen tras el paso inevitable del tiempo. Las construcciones se hacen inmortales si la mano del hombre no las maltrata y las inclemencias meteorológicas no hacen demasiada mella. Eso debe de pensar la puerta de entrada a mi cortijo. Ubicado a orillas del río Andarax, sigue aún en pie desafiando el tiempo. Ya son más de dos siglos de historia, ahí es nada. Ha visto crecer (y morir) y ha dado cobijo a muchos de mis ancestros y hoy conocía a nuevos personajes de esta historia interminable. Es su devenir y a pesar de sus maltrechas paredes, sus resquebrajadas puertas y ventanas y sus desgastados suelos, sigue irradiando ese toque místico y familiar que siempre me transmitió desde que no levantaba más de medio metro del suelo.
En breve todo eso cambiará. Su raída fisionomía volverá a lucir de forma pletórica. Los humanos (por suerte) no tienen esa facultad de rejuvenecer de manera tan brusca y opuesta. Le toca volver a mostrar su mejor cara para las nuevas historias y vivencias que recreará en el futuro. Me recuerda a una gran canción de Mikel Erentxun, El invierno es mujer. Y es que lo mejor llegará con el frío, acurrucados frente a la chimenea viendo como arden las penas y se fraguan los lazos de la amistad y el amor.
Es un sueño con final feliz porque como en toda buena historia, lo rural y sencillo venció a lo metropolitano y sofisticado. Así debió de ser siempre.

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