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Momento del concierto en el Teatro Circo Price este pasado domingo. |
Hablar de Duncan Dhu es citar a un grupo estigmatizado
irremediablemente con elaboradas melodias, letras cargadas de simbolismos y una
química muy especial con su público. Tres pilares sobre los que se basa una
dilatada trayectoria musical y que el pasado domingo 10 de noviembre volvieron
a cimentar en el Teatro Circo Price de Madrid. Tras más de doce años de
silencio, la banda formada por Mikel Erentxun y Diego Vasallo vuelve a los
escenarios con más arrugas, canas, experiencia, ilusión, y sobre todo, música
para presentar su nuevo disco, un miniLP de seis temas titulado El Duelo.
El concierto, con una duración que superó holgadamente las dos
horas, sirvió para que los miles de asistentes comprobasen que la esencia de
los Duncan seguía intacta con un sonido más crudo, directo, sin adornos, como
el de sus primeros discos, cuando la fama era una utopía y bregar en las
pequeñas salas para darse a conocer era su particular duelo.
Y
precisamente, con las seis canciones que dan forma a su última producción,
arrancó su show, el que durante décadas mostraron por medio Mundo y en el que
Erentxun se desarbola moviendo su cuerpo y Vasallo, siempre más comedido, se
aferra a su guitarra en un segundo plano. Costumbres que no varían pese a que
los años pasen. Pequeños formalismos de un grupo forjado sin luchas de egos.
Cuando llegue el fin acababa con los años de espera. El single de
presentación de El Duelo rompía el silencio en el Teatro Circo Price. Un tema
directo, con un estribillo facilón para polvorientos corazones, y que empezaba
a despertar de su letargo a los miles de fans allí presentes que llevaban ya
horas haciendo cola para reencontrarse con sus ídolos musicales. Después
llegarían, casi sin pausa, Nada, No dejaría de quererte, Siempre o Como dioses
pequeños. Una concatenación de temas de sus dos últimos discos de estudio cuyo
orden obedece más bien a refrescar la memoria a los seguidores más jóvenes,
esos que aún no habían rozado la eternidad ni habían visitado aquella famosa
calle de París. Después lo harían, tiempo al tiempo.
Tras ese primer calentamiento, con el que el público comenzó a
conectar con los Duncan, llegaba el turno a temas puramente Dhu, contundentes,
mimados, sin fisuras y despojados de florituras: Rosas en agua, A
tientas, Rozando la eternidad, A tu lado, Lobos o Los días buenos, temas éstos
dos últimos que permitieron a Vasallo ocupar nuevamente la primera línea de
batalla y hacer retumbar el escenario con su bronca y resquebrajada voz,
alejada de cualquier registro reconocible, acompañada por esos sonidos tan
roccabilly que solo instrumentos como el banjo o la mandolina consiguen y que
son la seña de identidad de El Duelo.
Vasallo volvía a pasar el testigo y los focos, a Erentxun, que ya
comenzaba a sentirse a gusto en el escenario y tras desgranar La Herida y
El Duelo (un tema cargado de simbolismo y que muchos identifican con la
trayectoria real del grupo por su letra) llegaba el turno de uno de los temas
bandera de Duncan Dhu y que provocaba, al fin, que los miles de allí
congregados se levantaran de sus asientos y conectaran con el donostiarra solo
como él sabe: Una calle de París. Un tema que pese al paso del tiempo sigue
transmitiendo, evocando, obligándote a seguirlo sin pausa, al ritmo de las
palmas y los movimiento acompasados de la cabeza.
La mecha ya se había encendido y el público quería más. Para ellos
llegó La casa azul, No puedo evitar (pensar en tí) y No debes marchar, otros
tres temas que definen la esencia de Duncan Dhu y que para esta especial
ocasión se presentaron con un lavado de cara, una actualización de sus
registros con sonidos contundentes en los que se entremezclaban los guitarreos
y la gran potencia vocal de Erentxun, un privilegiado con una garganta
camaleónica para el que el tiempo es su aliado.
En este punto del show, los Duncan ya se habían metido en el
bolsillo a los allí presentes. El frío letargo durante los primeros compases
del concierto había ido dando paso a una macerada química que no se rompería
pese al primer parón. Antes de ese momento Mikel y Diego soltaron la caballería
pesada: La última canción (tema que cierra El Duelo), Rosa Gris (y la
sempiterna armónica de Vasallo), Entre salitre y sudor, Palabras sin nombre y, como era de esperar, En algún lugar, el mayor hits de Duncan Dhu junto a Cien
gaviotas, interpretado por millonésima vez por Erentxun (en sus conciertos en
solitario hasta hace no mucho era un imprescindible) pero esta vez acompañado
por Diego y las miles de almas que tomaron el protagonismo y el micro. La
situación lo requería y los Duncan siempre han sido generosos en ese sentido.
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El sexteto agradeció la implicación del público tras el concierto. |
Tras un breve descanso llegaría el primer bis. Era el turno de
nuevo de Vasallo con Llora guitarra y su contundente estribillo que llevó a
Diego a romper su hierática postura y dejarse llevar por la verde primavera y
cantar a la tierra al despertar, a la gaviota pendenciera. Tema que cedía el
testigo a La barra de este hotel y a Cien gaviotas, el otro gran hits
duncandhuniano. No había que decir nada. Simplemente dejarse llevar como el
vuelo de las gaviotas en una noche cargada de sentimientos y pulsiones a flor de piel.
Turno ahora para otro breve descanso en el que el público no paró
de ovacionar a Duncan Dhu y después el último bis. Llegaba el momento de Esos
ojos negros, Jardín de Rosas y Mundo de cristal. Un trío escogido, empaquetado,
férreo, perfecto para cerrar un espectáculo audiovisual redondo. Agur Madrid
repitió en varias ocasiones Mikel. Había que corregirle. Hasta mañana más bien,
pero jamás hasta nunca. Duncan Dhu está de vuelta. No es una visita improvisada
y fugaz. Eso es al menos lo que se desprende de su concierto. Hay mimbres para
seguir trabajando, para preparar nuevas melodías con las que encandilar a los
miles de fieles que tienen aquí y en América. Un duro golpe a los escépticos
que criticaban su vuelta y ardían en deseos de verles arrastrarse por el
escenario. Se equivocaron. La tercera juventud de los donostiarras no puede, ni
debe ser un intenso orgasmo de una noche de desenfreno. Se requiere sexo con
amor, producto de sus melodías capaces de desnudar y conectar a miles y miles
de parejas. Las modas no van con ellos. Su música está por encima, nunca
marchita. No hay fecha de caducidad para los himnos. Y Duncan Dhu tiene un
particular duelo contra el tiempo que siempre ha ganado. Es turno de volver a
hacerlo. En El Ejido lo confirmaremos.
Zorionak
Una gran crónica-crítca Norberto.
ResponderEliminarEnhorabuena!!!
Duncan Dhu mira en perspectiva desde los balcones de un tiempo que se ha ido, sorteando caminos en cruz y paraísos sin luz, desde esa bruma nebulosa que da la distancia y el sosiego de lo que uno ha sido, surfeando en las arrugas del presente con una propuesta creativa compacta, más reposada y atemperada que en sus inicios, mas sin la pesada carga de la nostalgia en los bolsillos. Un cometa Halley de degustación.
ResponderEliminarmiviejorincon