domingo, 10 de octubre de 2010

De puentes


Suena el despertador. Apenas hay luz. El cielo encapotado descarga con virulencia pequeñas y afiladas agujas de H2o que impiden que los rayos del sol lleguen a realizar su función. La luz intensa y concentrada del teléfono móvil juega al unísono con esa vieja canción italiana de los cincuenta. No hay ganas de levantarse. Lentamente giro mi cuerpo sobre sí mismo y olfateo con virulencia la almohada. Huele a ella, ese perfume único. Hace horas que se fue. Cierro los ojos, palmoteo el móvil y vuelve la oscuridad.
De repente, un fuerte estruendo suena a escasos centímetros de mi tímpano izquierdo: ¡¡¿Qué haces?!!, ¡¡espabila!!. Abro lentamente los ojos mientras comienzo a erguirme. Estoy en medio de la Redacción, son las siete de la tarde y aún me quedan por entregar cinco páginas.

Ya sólo quedan cinco días para hacer como que no hago nada.

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