domingo, 22 de marzo de 2009

Volviendo a la Segunda Guerra Mundial

Madrugón y atracón de tostadas y croasanes con mantequilla y nutella. Así ha comenzado un día bastante productivo (con mi madre siempre lo son). Hoy tocaba Gante y Brujas. Tremendas. Sin comérmelo ni bebérmelo me he vuelto inmerso en la Segunda Guerra Mundial mientras me parapetaba con mi Thompson en la esquina de una casa holandesa destrozada por la lluvia de morteros y los disparos incesantes de los tanques alemanes, ubicados a los pies de la resquebrajada iglesia de Gante. Por un momento, mientras paseaba en otro día soleado (algo muy atípico por estos lares) por esta ciudad belga he recordado mis momentos de ocio digital con los Call of Duty o Medal of Honor luchando contra los nazis. Nunca imaginé que un juego pudiese evocarme esta sensación sin necesidad de tener que estar enganchado ante el ratón y el teclado. Tremendo -reiterativo-. ¿Pueden ser tan diferentes mi tierra de estas que estos días piso? Pues sí, hay que rendirse a la evidencia. Y si ayer comentaba en unas líneas más abajo que Bruselas era de notable, Gante y Brujas -sobre todo la primera- son de sobresaliente. Ciudades medievales, renacentistas, europeas, guerreras, y co su esencia aún intacta a pesar de que el olor de chocolate las engalana en cada esquina. Estoy prendado de tanta y tanta belleza por metro cuadrado. Suena tópico decirlo, pero hay que estar aquí para entenderme (o eso creo). Al final no he tenido que utilizar mi vida extra para pasarme la pantalla de Brujas y he llegado vivo a Bruselas tras tener que chuparnos el tren de vuelta sentados en el suelo en un vagón apestado de flamencos y con el estómago un tanto revuelto tras comer de prisa y corriendo en otro tren un par de hamburguesas del McDonald con destino a Gante (increible mi madre devorada una McFish o algo así jaja). ¡Qué dolor de pies tengo de tanto adoquín!.
Mañana Amberes. Ahora a dormir, ya toca.

P.D. La foto, en Gante, en uno de los múltiples puentes que la vertebran.

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